jueves, 27 de octubre de 2016

PARGUETES DE ARRIBAZÓN
Bordea octubre la temporada invernal cubana, no como el afilado canto de una mesa, sino como borde de mantel trabajado a aguja, que oscila con la mínima brisa. Créase poética del redactor, si quiere, pero en verdad lo fijo en la naturaleza anda escaso en este milenio ya estrenado de rato. Era de fecha pasadas unas dos semanas del paso desastroso de Mathews, el huracán que batió el oriente de la Isla, destruyó vidas en Haití y aun en la Florida.
Salidos a la costa en un miércoles de asueto, filtraba una ligera marejada sobre la desembocadura del río Baracoa, donde varias embarcaciones de locales entraban a puerto con buenos peces –un  castero, un tiburón de talla impresionante- y los tarrayeros o atarrayadores hacían colecta de carnada mediada la mañana. Con los amigos, se lanzó al spinning buscando pequeños gallegos que había en abundancia, y luego se fue a lanzar cerca de donde la ola rompe.
Distante había que impulsar el aparejo, lo que hizo considerar al que ahora hace el cuento que un equipo de surfcasting habría hecho un buen papel en esta circunstancia. De cualquier manera, algunos tiros de Alberto y Yordani deben de haber alcanzado el borde del profundo canal de entrada a la rada, porque fueron, en el día, quienes llevaron las elegantes piezas que las imágenes logran testimoniar.
Pargos criollos (Lutjanus analis), parguetes para mejor apreciación, dada la talla. Son del tipo de ejemplares que se avecindan en las costas, ensenadas, bocas de ríos, cuando el mal tiempo de esta época del año agita las aguas. Es migración típica que se conoce de antiguo en el país:
De esta especie decía el maestro don Felipe Poey y Aloy:
Muy común todo el año y en toda edad. Los más frecuentes son de 10 a 12 libras, prescindiendo de los más chicos; rara vez de 20 a 25 libras. Se pesca a poca profundidad. Hay todos los años en mayo, junio y julio grandes arribazones de estos peces que vienen a desovar sobre la costa: son los mayores, llamados pargos lombriceros, porque llegan al mismo tiempo que la lombriz de que hablaré más abajo 1. Los otros, arribados en otoño, son de menor tamaño, impelidos por los vientos del Norte.  
Pez hermoso, de gusto delicado para la mesa, lo que le convirtió en ícono mediático desde la época colonial, cuando los periódicos anunciaban la arribazón como un acontecimiento. Lleva la masa de este lutjánido el protagónico de cualquier banquete cubano y los modos de aderezo admiten desde lo clásico a lo silvestre. Es de recuerdo personal cierto ejemplar sacado del agua en la ensenada de Bacunayagua, cerca ya de la bahía de Matanzas, el que se puso a asar sobre brazas de inmediato, adjuntándole apenas jugo de limón, algo de sal y mantequilla. ¡Mantequilla! ¿Quién lleva mantequilla a una pesquería de costa? Alguien lo hizo. Y la fragancia del asado rústico subía la ladera que llevaba a la costa desde el sendero que llegaba allí, atravesando un tupido manigual costero, desde la carretera.
La pesquería en la boca del Baracoa rindió apenas lo que se muestra, pero fue otro de esos días ganados a la abulia. Dos parguetes criollos, atracados a tierra podría decirse, son un regalo y buen motivo para unas líneas a la emblemática especie.

1- Explica Poey que uno o dos días antes del comienzo de las lluvias, fines de mayo o junio, se cubre el mar de lombrices annelidas, que consumen los pargos ampliamente. (Poey: Ictiología cubana. Editoria Imagen Contemporánea, La Habana, 2000, Volumen I, página 126). 









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