martes, 4 de abril de 2017

Federico Meijides, hablando de spinning
Como creció a un par de cuadras del Malecón de La Habana, podría decirse que la pesca es una segunda naturaleza para Federico Meijides. Ahora tiene 68 años de edad y ha pasado la mitad de su vida como residente del condado Dade, pero casi nada evidencia en este señor alguna clase de distanciamiento de su origen cubano.
― Cuando me fui, dejé un record nacional de pesca―, dirá en algún momento de la conversación con CUBANOS DE PESCA. El archivo editorial del blog confirma de inmediato la afirmación: Una pintada de 12 libras y 8 onzas quedó registrada a su nombre el 4 de julio de 1978, cobrada a spinning con línea de 9 libras de resistencia. De visita familiar en la Isla este mes de marzo, Meijides rememora en el diálogo sus vivencias en la famosa área de pesca de la capital y enumera los mejores sitios para lanzar cordeles a lo largo del muro.
De sus tiempos, guarda con nitidez los nombres de los pescadores más conocidos, agrupados por sectores del litoral. Cuenta de Alexio Gessa, trabajador administrativo del Hotel Nacional, más tarde comisionado de pesca deportiva a nivel de todo el país, que pescaba ahí todas las mañanas, y de un amigo de éste apodado El Catalán, capitán del cabaret Parisien, que amanecía cotidianamente en el pesquero de La Cueva del Tiburón, con su caña y un carrete Mitchell 302. Otro de los recordados es Roberto Noroña, trabajador telefónico y masón, que pescaba en el desagüe del Maine y en ocasiones iba a la plana del Torreón de San Lázaro a tirar tarraya y a repartir sardina. Al morir, hace unos años, sus deudos cumplieron su voluntad de la cremación y sus cenizas fueron dispersadas en las aguas de su pesquero favorito.
Los nombres de los sitios del muro costero preferidos por la afición pescadora son repasados una y otra vez: “Gervasio”, “El cuadrado de Escobar”, identificados en correspondencia con los nombres de las calles de  Centro Habana  que desembocaban al Malecón, como el de “Águila”, pesquero nocturno donde arrimaba el chicharro y era territorio de captura para gallegos y coronados. Otros eran “El Yunque” (frente al Hotel Nacional), “El Caño Seco”, los rompeolas del edificio Carreño y el pesquero de Príncipe, donde uno de los viejos gobiernos republicanos hizo colocar un atraque para los botes de los pescadores comerciales, y dice nuestro interlocutor que ha quedado ahí una placa con una fecha: 1950. Era una docena o más de embarcaciones de madera, propulsadas a remo o vela, que hacían la pesca que hubiera en cada temporada: la del alto, la de la aguja, la del peto o la del pargo sanjuanero a la altura de la calle G. De sus tripulaciones recuerda a Macho Escama, dueño de La Juana; a Felino y Vitico, que pescaban en el Galaxy; Manolito el Blanquito ―el otro Manolito era “El Negrito”―, que tenía el único bote con motor; y a Mongo junto con Prieto, la pareja de compradores de pescado, que tenían una nevera para almacenarlo en el bar La Marina, en la acera del frente.
Vueltas da la conversación sobre los mismos asuntos, quizá porque el redactor del blog halla gusto en confirmar viejas noticias que ya han sido incluso llevadas a libro. Pero el tema en que se ha de caer ya llega. Puesto que Federico Meijides es un coleccionista de tales equipos, hablamos entonces de carretes para la pesca a vara, al spinning, la técnica que el cubano ha adoptado con la más absoluta convicción, principalmente para las pesquerías de mar. Los primeros modelos usados por la afición local, según la relación que aporta el entrevistado, coinciden en general con los mencionados años atrás por otras fuentes: Rummer, Luxor, Mitchell, Titan, Quick..., la mención de otras marcas, como Finnor y Penn, obedece, probablemente, a que nuestro interlocutor pertenece a una generación más cercana al presente que aquellas oleadas de expertos.
Con apenas un gesto del brazo, la pared de la sala donde conversamos en un reparto habanero queda transformada en una de las paredes de su casa en Miami, a lo largo de la cual colocó Meijides en estanterías cajas y cajas en las que guarda un total de 700 carretes de spinning, aunque en las compras por lotes en internet y en otras gestiones hayan entrado asimismo algunas unidades de carretes de pesca a mosca, spincasting, baitcasting, e incluso le llegó de Cuba una pareja de viejos carretes Penn de pesca al trolling con su carga de hilo de dacrón. En el año 2005 aprendió a comprar en eBay, “con la idea de tener los carretes de spinning que no había logrado conseguir en Cuba”. Todo lo que adquiere pertenecen a la categoría de antiques, venerables modelos de los años cincuenta, sesenta, los setenta, que han dejado de fabricar. Además de las marcas ya mencionadas, tiene un contacto en España a través del cual adquiere cuanto modelo es posible de los Sagarra, molinetes de resistente ingeniería, muy apreciados en este país, cuya fabricación se interrumpió. Comenta que cierta firma no europea probablemente esté intentando aprovecharse del prestigio del sello para la producción de modelos para el comercio masivo.
Estuvimos tratando un rato acerca de la innovación que el cubano pone en la solución de sus necesidades en materia de aparejos, tanto en la producción de señuelos como en la adaptación y/o reparación de avíos. Meijides opina que la tendencia es antigua, y pone un ejemplo de su época, cuando sustituían el mecanismo de recobrado de línea y bobina de los carretes Tokoz, de factura checa, por la pieza correspondiente de alguno de los viejos modelos del Rummer ―el 50, el Atlantic, el Summer o el Pacific, precisa―, con lo cual obtenían un equipo de garantizada durabilidad, gracias a la solidez de eje y calidad de los engranajes del Tokoz, en bronce y acero, en combinación con la fiabilidad del mecanismo superior ―”cazuela”, gancho y bobina, lo sabe usted― del Rummer.
―Los materiales con que fabricaban antiguamente los carretes de spinning eran superiores―, asegura. Como excepción, comenta una serie reciente de carretes de spinning marca Finnor, un antiguo fabricante de carretes para trolear muy caros y exclusivos, que ahora fabrica en China sus molinetes para lanzado ligero, pero manteniendo esta producción bajo celosa fiscalización por técnicos de la casa matriz norteamericana. Sus piñones de diseño helicoidal combinan bronce fosfórico y acero, como solían ser la mayoría a mediados del siglo pasado.
―No tienen muerte ―, dice, con el mismo tono de convicción que cualquiera de los muchachos que ahora mismo fusilan el canal de entrada a la bahía de La Habana con sus fuertes cañas y su batería de señuelos criollos.